martes, 28 de agosto de 2012

Un día en el parque de atracciones


*Nota: Por una vez, no le daré la razón a "Los Planetas". Este día dista mucho de ser una pesadilla.
*Nota 2: Esta entrada, como en anteriores ocasiones, irá por entregas (a riesgo de resultar soporífera para el despistado lector que aterrice aquí por casualidad)

-         ¿Sabemos cómo ir? – desde dentro, Nenuf organizaba las cosas para dejarme espacio en el coche.
-         Espera, voy a por el GPS. - Antes de entrar recorrí unos metros para hacerme con nuestra salvación. Abrí la puerta del chevrolet rojo y busqué por todas partes. Nada. Regresé de nuevo a la ventanilla de Nenuf.
-         Nada, que no lo tengo. Mis padres se lo han llevado al pueblo.
-         Genial. Entonces no sabes cómo vamos a llegar, ¿no?
-         Ni idea.

Abrí la puerta y me senté en el asiento del copiloto. Ya solo nos faltaba recoger a Minus y emprender el viaje a ninguna parte. Tres chicas carentes de todo sentido de la orientación.

Llegamos media hora antes de que abrieran las puertas, pero ya había al menos una veintena de personas esperando en la acera. Observé las enormes verjas desde lejos, apenas podía recordar la última vez que había estado allí. Lo que sí recordaba perfectamente era la mezcla excitación, nervios y euforia contenida que había sentido todas las veces que había contemplado esas verjas.

Tras dejar nuestro riñón en la taquilla corrimos hacia la primera atracción. La elección estaba clara.

-         Por favor… no… no me hagáis esto…. – el nenúfar rubio suplicaba en voz baja intentando arrastrarnos lejos del gigante naranja fosforito.
La atracción elegida era una de las más nuevas, una montaña rusa enorme de curvas imposibles que mareaba con solo mirarla. Minus y yo saltábamos las vallas entusiasmadas, con los ojos chispeando de ilusión.
-         ¡Pero, a ver, pero! ¡Mira, es que! ¡Si es mejor así Nenuf! ¡Ya verás!
-         ¡Sí, esto es como en la piscina! Cuando no te quieres meter pero sí… y entonces ¡zas! ¡Te metes de golpe! Así el sufrimiento se pasa antes, ¿no lo ves? ¡Imagínate ahí, metiéndote poco a poco… es una agonía!
La mirada nenufiana continuaba en modo gatito de shrek. No parecía compartir nuestros argumentos.
-         Pues yo la verdad… es que siempre me meto poco a poco en la piscina…

De poco le sirvió obligarnos a sentir sus pulsaciones, en menos de 2 minutos estábamos subidas a un vagón a punto de despegar hacia el Abismo. Metáforas aparte, ése era el nombre de la atracción.
A medida que el vagón comenzó a moverse por la estructura yo comencé a hablar, presa del pánico.

- No pasa nada, no pasa nada. Es solo una atracción, ¡qué divertido!- repetía con un tono de autoconvicción muy poco conseguido. - Va a ser muy divertido, no pasa nadaaaaAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHH!!!!!… - Pronto la primera subida puso mi estómago del revés y solo pude cerrar los ojos con todas mis fuerzas y gritar. Juro que no pude despegar los párpados ni un solo segundo, mi cabeza daba vueltas mientras aquello subía, bajaba, hacia loopings y retrocedía a unas velocidades vertiginosas. Estaba tan fuera de mí que cuando escuché, a mi lado, a nenúfar gritando mi nombre, solo pude contestar un acalorado “¡¡¡CÁLLATEEEEEEE!!!”
No volví a escuchar su voz en toda la atracción.

Al acabar y por fin pisar suelo firme, yo estaba blanca como el azúcar glass. Mi cabeza no me respondía y tenía la mirada perdida. Avanzamos por el asfalto mientras notaba las piernas temblando de la impresión. Mientras, Minus y Nenúfar comentaban eufóricas lo genial que había sido y se reían de mi aspecto fantasmal.

-         ¡Venga, vamos a la tarántula! – Ahora era Nenúfar, la misma que momentos antes pedía clemencia, la que nos animaba a correr hacia otra muerte fugaz.
-         ¡Y una mierda! – Tres minutos más tarde, las tres ocupábamos los asientos de la maldita tarántula.

De nuevo sacrifiqué mi garganta al son de gritos, gritos y más gritos. Para mi sorpresa, una vez hubo acabado la atracción mi nivel de adrenalina estaba por las nubes.

-         ¡Vamos a otra! ¡Más, quiero más!
-         ¿Qué os parece la mina?
-         Venga, algo un poco tranquilo…

Nos montamos en unas cajas metálicas destartaladas. Como éramos impares, era mi turno de montarme sola. Una vez en mi sitio y sin saber de qué iba la atracción, se nos acercó el chico encargado con cara de preocupación:
-         Por favor, no os olvidéis de abrocharos los cinturones. Es importante.
-         Claro, ahora mismo. – Dispuestas a obedecer, rebuscamos en los laterales de la caja algo parecido a un cinturón. Nada. Me levanté como una exhalación, histérica, imaginando el trágico accidente que estaba a punto de sucedernos.
-         ¡¡¡PERDONA!!! ¡¡POR FAVOR, NOS FALTAN LOS CINTURONES!!! ¡¡Y YO VOY SOLA, POR FAVOR!!!

Tardamos unos segundos en darnos cuenta de la risa del chico. Los mismos segundos que tardó nuestra cara en sonrojarse, mientras me sentaba despacito. La atracción en sí era una niñería que solo consistía en disparar a unas luces con pistolas láser, por lo que no entrañaba riesgo alguno y por supuesto carecía de cinturones de seguridad. “No se juega así  con el miedo de la gente” pensé, a la vez que reconocía que, en el fondo, había tenido su gracia.

Después de estas vinieron muchas atracciones más, porque para eso habíamos ido a pasar el día a un parque atestado de ellas. Minus y Nenúfar caminaban envalentonadas a una y a otra, agitaban los brazos en pleno looping y se reían en medio de una bajada. Posaban para las cámaras que te retratan en el peor momento, incluso planeaban qué muecas hacer. 

Como bien he aclarado al principio del post, esto va por entregas. Comencemos por un momento cualquiera.
Momento fiordos
-         ¡Venga chicas, poneos bizcas! ¿Qué os parece esta cara? – Minus ladeaba la cabeza, con la lengua afuera, los ojos cruzados y los brazos en posición descoordinada.
-         ¡Me gusta, sí! ¡Venga preparadas, que se acerca la bajada donde nos hacen la foto! ¿Bea, tú qué cara vas a poner?
-         ¡¡Ninguna!! ¡¡Ni de coña!! ¡¡¡Estáis locas!!! – Yo me aferraba con una mano al asidero de enfrente, mientras que con la otra agarraba el asiento de mi compañero imaginario. De nuevo me había tocado sola, y por alguna extraña razón soportaba mejor la presión y el miedo agarrando el respaldo de al lado cual novio primerizo en una sala de cine.

Cuando nos acercamos a ver la foto, ellas estaban fantásticas. No en el sentido acaparar portadas de revistas ni mucho menos, pero las dos aparecían haciendo el subnormal, relajadas y felices. Yo, en cambio, salía apretando la mandíbula y muy concentrada en mi papel de novio patético.

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